LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DEL CINE COLOMBIANO

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«Yo no vuelvo a hacer una película si me toca poner dinero de mi bolsillo. Al público que lo divierta su madre», dice Luis Ospina, y por la sonrisa perversa que suelta uno se da cuenta que nada le produce más placer que pronunciar aquellas palabras cada vez que alguien le pregunta: “¿Volvería a hacer otra película?”.
«¿Por qué diablos estoy haciendo esto? Si no me he ganado más que problemas. Muchos de los que eran mis grandes amigos se volvieron mis enemigos, cai en la ruina, tuve que cerrar mi empresa. Y todo porque estaba empecinado con hacer la película. Tanta era mi obsesión que ya parecía un basuquero que solo piensa en su vicio. Como si hubiera dado el gran salto del basuco al cine», confiesa el director Jorge Navas, un melómano que no vacila en ningún momento en ocultar su oscuro pasado metalero, refiriéndose a su película  La sangre y la lluvia  (2009).
Por su parte, Ospina, un veterano del cine Colombiano que no necesita presentación, dice que después de Pura sangre, su primera película (1982), cada mañana me despertaba debiendo más plata. Fueron años en los que no podía ni pedir un préstamo o tener una tarjeta de crédito. Y con mi segunda película pasó lo mismo: invertí dinero y lo perdí todo». Diana Bustamante, productora de El vuelco del cangrejo (Óscar Ruíz Navía, 2010), dice que la película se hizo ¨porqué el director hipotecó su casa y yo la mía para la postproducción… Y así, embalándonos, se pudo terminar¨.
Y es que uno podría pensar que la vieja ecuación que surge implacable en la cabeza de un cineasta colombiano antes de emprender un proyecto es: Hacer cine=Fracaso en taquilla=Ruina y Desgracia. Y así es. Para hacer cine en Colombia aparte de las ganas se necesita nervio y estar dispuesto no solo a entregarlo todo, sino además perderlo todo.
A lo largo de sus carreras, no han sido pocos los cineastas colombianos que lo han vendido o empeñado todo con tal de ver sus sueños de celuloide proyectados en la gran pantalla. Porque para ellos, más que un oficio, el cine es una enfermedad. Hacerlo es una idea que les taladra el cerebro y un sueño que, en vez de dejarlos dormir, los mantiene en vela. Y es que, aparte de las ganas, para hacer cine en Colombia se necesita nervio. Estar dispuesto no solo a entregarlo, sino a perderlo todo por completo. No en vano, el gran maestro francés Jean- Luc Godard dijo alguna vez: El cine no se hace para ganar plata. Se hace es para gastarla.
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Ahora bien: ¿qué, sino es la locura o la necedad, puede empujar a una persona a emprender una empresa que, muy seguramente, en vez de ganancias solo puede arrojar pérdidas? La respuesta: «Para uno como cineasta es más necesario hablar de lo que uno cree que no tener deudas. Que pereza morirse y decir que a uno jamás lo reportaron en Datacredito. Y no haber hecho ni una sola película por miedo al riesgo que eso implica», opina Felipe Aljure, la mente detrás de filmes como  El colombian dream (2006), y de una obra maestra: La gente de la Universal (1995).
 En efecto, no son los viajes alrededor del mundo, ni el afán de erigirse como el nuevo “enfant terrible” del cine, ni la posibilidad de ligar con una rubia en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam lo que motiva sus caprichos. No. Tampoco se han desvelado durante años enteros pensando en salir en la  televisión. Lo que realmente impulsa a nuestros cineastas a seguir  esa empresa quijotesca es la necesidad (¿acaso necedad?) de hacer películas,  un proceso que, con suerte, puede tomarle a alguien cinco años (a menos de que seas  Dago García), e incluso toda la vida. En esta fábrica de sueños son muy pocos los que logran dar el gran salto del papel a la pantalla grande. Lo que en Colombia se denomina industria cinematográfica, no es otra cosa que la conjunción de los esfuerzos aislados de unos cuantos obsesos que se niegan a ver cómo sus guioncitos se pudren en el cajón de su mesa de noche.
Se hace entonces justo preguntarse: ¿cómo es el proceso de hacer una película en Colombia? Y la historia, a grandes rasgos y sin que sea la norma, es como viene a continuación…
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EL BILLETE
Una vez el director tiene listo un guión (o al menos la versión más cercana a la final), proceso que en ocasiones puede tomarse unos buenos años (para su ópera prima Los colores de la montaña (2011), por ejemplo, el director paisa Carlos César Arbeláez escribió cerca de 17 versiones), debe  salir a  buscar a un productor  para que, juntos, se entreguen a la difícil, tortuosa, larga y casi imposible tarea de conseguir financiación. Para ello, el primer paso suele ser presentar el guión a las convocatorias locales como del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico del estado colombiano. Una suerte de lotería en la que muchos depositan su fe en un billete que rara vez contiene el numero ganador. «Es difícil ganarse una convocatoria porque la competencia es muy fuerte. Todo depende de que el universo haya juntado ese día a los jurados con el gusto afinado para tu proyecto, y eso ya es cuestión del azar», asegura Carlos Moreno, director de ‘Perro come perro’ (2008) y la aclamada ‘Todos tus muertos» (2011).
Pero lo que muchos no saben es que el monto de los premios que otorga el estado es equiparable a tan solo una pequeña semilla de lo que realmente cuesta hacer una película de mediano presupuesto.
Luego de esto, nuestros intrépidos productores tienen encima otra misión imposible: conseguir la plata que falta (hasta el 90% restante del proyecto), por lo que, naturalmente, deberán buscar patrocinadores en Colombía y hasta en el exterior. Según Jaime E. Manrique, gestor de cine colombiano, cabeza de los Laboratorios Black Velvet y director del Festival Internacional In Vitro Visual, ¨buscar plata no es solo un problema local sino también internacional. Para ganarme  el Ibermedia, por ejemplo,  tengo que tener como socio a alguien más en Iberoamérica ¨.  Lo cual pone sobre la mesa otro asunto: para sacar adelante una película es necesario contar con un coproductor.
Un ejemplo del ingenio de nuestros cineastas para conseguir la plata es el video que presentó en Cannes el novel Rubén Mendoza de su entonces proyecto La sociedad del semáforo, estrenada el año pasado. Muy a tono con la película, que se centra en la historia de unos habitantes de la calle, en el video se puede apreciar a un anciano indigente y rabioso vociferando en una esquina cualquiera de Bogotá: Oye, hijueputas franceses, necesitamos plata para la película (…) Aquí estoy gran hijueputas franceses, necesitamos es plata para la película, malparidos.  Y por lo visto, funcionó.
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En el panorama más optimista, los productores consiguen plata a traves de concursos, becas, estimulos y demás; sin embargo, muchos de estos premios son como bombas de tiempo que traen consigo una plazo límite para la terminación de la película, que de ser incumplido puede hacer que la bomba estalle y el proyecto  vuele en pedazos por los aires, como casi le sucede a Navas: «Si no la terminaba ese año me tocaba pagar 180 millones de pesos de multas de premios que había ganado¨, confiesa el joven director, quien para producir su filme obtuvo varios premios, entre ellos  el Premio coproducción Ibermedia (España)  y  Produire Au Sud  (Francia). Habrá algunos que aún con la plata de los premios en los bolsillos todavía les siga faltando, como dicen,  el centavo para el peso. «Tuvimos la suerte de ganar el Ibermedia, pero con este premios no alcanzábamos a rodar la película, a menos que se hiciera de una manera demasiado guerrillera¨, confiesa, por su parte, Carlos Cesar Arbeláez.
La otra platica se consigue como suelen conseguirla los demás mortales: pidiendo prestado o vendiendo y empeñando hasta la madre.
 EL CASTING
Otro proceso engorroso que suele hacerles perder la cabeza a los directores a la hora de hacer una película es el casting. ¨Me demoré dos años consiguiendo a los niños, todos actores naturales. Hice un casting enorme, no más para el protagonista pude haber visto a cuatro o cinco mil niños¨, asegura Arbeláez. ¨Lo primero que cualquier productor te dice es jamás hagas una película en donde haya niños o animales¨, dice el director paisa. ´Yo hice caso omiso a esta advertencia e hice una película donde los niños y los animales son los protagonistas. ¿Y qué pasó? Pues que haciendo una escena con una vaca se nos fue un día de rodaje y todo porque la bendita vaca no quería mover ni una pata. Teníamos un perro amaestrado que no estaba amaestrado. Teníamos conejos follando que apenas les prendías la cámara se estresaban y dejaban de follar. Teníamos un niño albino de 8 años que si lo dejabas mucho tiempo al sol se ponía rojo. Después de rodar confirmé algo:Jamás hagas una película en donde haya niños o animales.
Pero los actores también pierden la cabeza, pues están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de conseguir un papel en la película. Es de recordar el caso del actor Gregorio Pernía, quien para conseguir un papel de sicario en la película «Rosario Tijeras» se le ocurrió una genial  idea: se puso una capucha y con fierro en mano entró en el lugar donde se realizaba el casting. Después de amenazar a todo el mundo, tomó como rehén al director Emilio Maillé, lo sacó a empellones del sitio,  lo metió en el baúl de un carro y luego se quitó la capucha y dijo: soy Gregorio Pernía y este es mi casting.
Y nada de eso lo aprendes yendo a la escuela de arte dramático.
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EL RODAJE
El embale, el vértigo, la adrenalina que se siente al estar en un rodaje es tal vez equiparable al terror de quien se lanza desde una avioneta y a medio camino descubre que su paracaídas no funciona. Y bajo sus pies el duro asfalto se ve cada vez más cerca.
¨Nosotros rodamos cuatro semanas sin luz porque no teníamos plata para alquilar las luces. Todo era luz natural. En el lugar donde rodamos la luz cambia cambia cada tres minutos y el fotógrafo estaba que se volvía loco.  Íluminábamos a punta de puras telas y espejitos. En un momento tuvimos la suerte de contar con una farola pero se nos quemó a la segunda semana porque le entró agua¨, recuerda Arbeláez.
Y es que un rodaje siempre es una maratón contra el tiempo. Contra la luz del día que se va, contra la oscuridad de la noche que llega (y que también se va, lo cual fue un problema, por ejemplo, en el rodaje de La sangre y la lluvia, película nocturna), contra la lluvia… En Mosquera, lugar donde estábamos grabando, no paraba de llover, el barro nos llegaba hasta las rodillas, hacía mucho frío, pero todos seguimos firmes en pie de lucha,recuerda John García, eléctríco tercero en la película El Bunker, dirigida por Andy Baiz. Y es que con tal de rodar los cineastas coombianos son capaces de hacer lo que sea, hasta de desafiar la ley, como es el caso de Rubén Mendoza, que para su debut, siguiendo una gran premisa del cine guerrillero (¨film and run¨), entró a un cementerio con la cámara escondida en un coche de bebé para que no lo fueran a joder los vigilantes.
Historias de películas que han llevado a sus directores al punto de querer tirar la toalla o perder el juicio hay muchas, pero ninguna ha circulado tanto entre el pequeño séquito de cinéfilos colombianos como  la  de ¨El Colombian dream¨ (que bien hubiera podido llamarse El colombian nigthmare) ¿Por qué? Por que, entre otras, tocó suspender el rodaje  durante nueve  meses. ¿La razón? Se acabó la plata. Así lo recuerda Felipe Aljure, su director: «Estábamos rodando en Girardot y para la escena del día siguiente había que traer 70 extras de Bogotá y  solo quedaban ochocientos mil pesos en la cuenta. Ósea: no podíamos traerlos. Entonces dije: esto hay que pararlo. Fue una decepción grande. Imagínese usted parar una película en pleno rodaje. Los actores llamaban todo el tiempo durante el parón: «Hermaníto ¿qué hago? Tengo a este personaje adentro, no lo puedo matar. Dígame, ¿cuándo vamos a retomar?¨.  Mientras esperábamos a que la situación se resolviera, Ana María Orozco quedó embarazada; Tatiana Rentería quedó embarazada; a Rosita, que era una adolescente, empezaron a crecerle todas las partes de las chinas, cuando a los pelaos empezó a cambiarles la voz, a Lucho, que era el ángel, empezaron a salirle pelos en la cara. En fin, una vaina que toco un trabajo muy serio de maquillaje».
LA POST
Una vez terminado de rodar, exhaustos pero con una sonrisa de satisfacción en el rostro, aparece de nuevo otro problema: el proceso de postproducción.
Desgraciadamente, cada película trae consigo un problema diferente. Según susurra, el  proceso de ¨Retrato de un mar de mentiras¨ (2010) de Carlos Gaviria tardó más tiempo de lo planeado en esta por una razón muy simple: el director quería un final para su película y el productor otro. Hasta hoy, uno de los secretos mejor guardados del cine colombiano. Pero ahí no para la cosa. ¨En la etapa de edición  hay directores que por querer hacer la película perfecta  hacen hasta 30 cortes de su película antes de llegar al definitivo, como fue el caso de ¨La Historia Del Baúl Rosado¨, de Libia Gomez, cuenta Carolina Osma,  productora de la escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba¨. Y agrega: ¨El otro problema en la  post  es que las películas,  una vez terminadas, deben ser enviadas al exterior para ser reveladas¨. Y si. Como sentencia Ospina: ¨Estamos tratando de hacer cine en un país donde no hay laboratorios, eso es como querer hacer pan sin tener horno¨.
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¿Y LUEGO QUÉ?
En este punto nuestros curtidos productores tienen en sus manos otra complicada misión: ¨El mayor obstáculo a la hora de hacer cine es exhibir y distribuir una película. Sobre todo si haces cine como el mío, que es un cine de outsider que no les atrae a los distribuidores y exhibidores¨, dice Ospina. Muy la línea con la opinión de Diana Bustamante, quien afirma que ¨uno de los grandes problemas en Colombia es que el productor debe asumir los costos de distribución de la película. Y eso implica pagar copias, campañas publicitarias, jefe de prensa, viajes a las ciudades principales… Y en este punto por lo general  queda no queda ni un peso. Entonces lo que uno hace es endeudarse esperando que la taquilla o los estímulos  te ayuden después a pagar las culebras¨.
Y es aquí donde vale la pena mencionar algunas- no todas- de las reglas de oro de Jaime Manrique, los mandamientos que todo productor novato debe tener en cuenta antes de lanzar una película al mercado. Primero, no hay un modelo o estrategia única de lanzamiento aplicable para todas las películas. Es decir, no hay reglas. Cada película es un producto independiente  y su estrategia de lanzamiento debe pensarse solo para sí misma.Segundo, no todas las películas que son promocionadas a través de un canal de televisión tienen asegurado su éxito en taquilla. Tercero,  si su película es pequeña, no es necesario hacer una premier en el Jorge Eliécer Gaitán con toda la patética farándula desfilando por la alfombra roja; hay otras maneras de promocionarla.
Cuarto, jamás delegar, bajo la excusa de que no hay plata, el diseño del afiche de la película al amigo que no cobra. Lo mismo aplica para el jefe de prensa. Todos deben ser profesionales en el tema y saber cómo conectar con los gustos del público. Quinto: antes de su lanzamiento cada película debe cumplir con unos requisitos básicos como son: tener un teaser, un tráiler, un jefe de prensa, una estrategia de prensa,  una premier y, algo muy importante: un afiche atractivo.
EL ESTRENO
Después de muchas vicisitudes ha llegado por  fin el momento que estos posesos del cine han aguardado en silencio durante tantos años: el estreno de la película en las salas colombianas. Todos están expectantes. Han trabajado duro para demostrarse a sí mismos y a sus padres y amigos que no se equivocaron de oficio al elegir el cine como profesión. Sin embargo, en la mayoría de los casos la respuesta del público no es siempre la soñada. Tan solo unos cuantos gatos invernando en la oscuridad de las salas. Primer mandamiento de un cineasta colombiano: si vas a hacer una película no pienses en cuantas personas irán a verla, solo haz tu película.
Irónicamente, Carlos César Arbeláez, quien con Los colores de la montaña ha tenido una de las mejores taquillas de películas colombianas en los últimos años, sentencia: ¨Los que están pensando en hacer películas taquilleras van a fracasar rotundamente¨.
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¿Y ENTONCES?
Acto seguido, con la plena convicción de que el mercado local no es el único que existe, nuestros ya arruinados productores, quienes de seguro se encontrarán  maldiciendo el día que se les ocurrió hacer una película, se embarcan en otra de esas misiones a las que no podrán decir no: poner su película a circular en el exterior, por lo que comienzan a buscar un agente de ventas. ¨ Si tu película logra entrar en uno de los cinco o seis festivales clase A (como Cannes o Sundance) que existen en el mundo, en ese momento puedes estar seguro de que tendrás toda la atención de los agentes de ventas. De lo contrario, es imposible pensar siquiera en vender tu película¨, asegura Diego Ramírez, productor de ¨Perro como perro¨ y ¨ Todos tus muertos¨. Y llegar con su película a un festival de ese calibre es tal vez comparable a lanzar una botella al mar. ¨ De las 1.073 películas que llegaron a  Sundance, nos seleccionaron con Todos tus muertos, pero  cuando uno logra comprender lo difícil que es entrar en un festival clase A, uno piensa: ¡jueputa, es una competencia muy brava!¨, reflexiona.
Haya vendido o no su película o aún continúe con ella bajo el brazo, en este punto ella ya se ha ido de las manos del director. Es como el hijo rebelde que por fin se ha largado de la casa,  y contrario a lo que se esperaba, su padre lo extraña.
¨Lo más duro es cuando la película ya no te pertenece. Digamos: tú te levantas en la mañana, endeudado, pero vas al set a trabajar con los actores, y sabes que estás haciendo una película. Luego te clavas varios meses frente a un computador en una sala de montaje y las deudas no te importan, porque sabes que estás editando una película. El problema está cuando la película se va y tú  ya no estás haciéndole nada, y en cambio si continúas pagando deudas¨, cuenta Aljure.
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¿Y ENTONCES POR QUÉ HACER CINE?
Hacer cine en Colombia es quizás uno de los negocios menos rentables del planeta. Los productores lo saben, los directores lo saben, los inversionistas lo saben; sin embargo, por extraño y descabellado que parezca, a ninguno de ellos parece importarle. Esto no es un negocio, es una aventura, afirma Bustamante. Somos como una pandilla que solo desea una cosa: hacer cine. Y no importa que en el intento nos metan a la cárcel  o caigamos en la ruina, Siempre estaremos dispuestos a arriesgarnos mucho más de lo que una persona con una empresa podría hacerlo. Porque a diferencia de ellos, que solo piensan en el margen de ganancia, nosotros solo pensamos en hacer la película. Agotados, endeudados y con una montaña de facturas vencidas sobre la mesa; resulta curioso que alguno piense siquiera en hacer otra película. Sin embargo…»Hay gente que tal vez diga que estoy loco, pero para los que vivimos obsesionados por ese misterio del cine no hay mayor recompensa que sentirse a gusto con la obsesión y con la necedad. Además, hay algo  aún más poderoso que te impulsa a seguir haciendo cine en Colombia, y es saber que estás escribiendo memoria», concluye Moreno.  Tesis que apoya Navas:Y uno más: “Esa frase de que el cine es el álbum de fotografías de un país es muy cierta. Sin el cine muchos momentos de nuestro historia caerían en el olvido. Y como consecuencia de ello tendríamos una cultura con párkinson que solo recuerda que hay que comprar Coca Cola».
 ¿CONCLUSIÓN?
Si los que vamos a cine supiéramos lo difícil que es hacer una película aquí, no saldríamos echando pestes de la sala cada vez que vemos una película made in Colombia o renegando del numero de gonorreas pronunciadas. Al contrario, correríamos a estrecharle la mano al director o al productor, orgullosos de su proeza,  como si al día siguiente de aquel gol contra Alemania nos hubiéramos topado con Freddy Rincón en la calle. Y saltaríamos de la alegría, cuando en el exterior se menciona el nombre de un director Colombiano. Y a su llegada al país correríamos en tropel a recibirlos al aeropuerto como si se tratara de un astronauta que acaba de llegar de la luna. Y abriríamos un club de fans en Facebook con nombres como Felipe Aljure, Carlos moreno,  Jorge Navas, Diego Ramírez o Rubén Mendoza, quienes serían tan populares entre la gente como lo son hoy Jota Mario, el Bolillo Gómez o  Marbelle.
¡LARGA VIDA AL CINE COLOMBIANO!
Reportaje publicado en la revista Shock. (2011)